Las paredes dejaron de temblar. Frente a nosotros se
extienden los escombros esparcidos por el terremoto. Estamos refugiados debajo
de una viga enorme que nos protegió de los golpes. Estoy abrazando a mi esposa
e hijo, protegiéndolos de los objetos que volaban y nos atacaban como estrellas
fugaces.
“Los amo, no se muevan de aquí hasta que llegue la ayuda”-
les digo. Están asustados. Me preguntan con desesperación: “¡¿Qué pasa?!” – “No
podré salir con ustedes”, respondo.
Nuestras lágrimas se mezclan con mi sangre, que brota de un
costado de mi cuerpo y se desliza por el suelo. Con mi último aliento, les
susurro: “Los amo...” Sin dejar de abrazarlos, con la visión casi
borrosa, veo llegar a un grupo de hombres de rojo. ¡¡VENIMOS A AYUDAR!! gritan.
“Papá, resiste...”, escucho el susurro de mi hijo. “Amor,
ya llegó la ayuda, quédate con nosotros…”, de forma atenuada escucho la voz
de mi esposa. Pero mi aliento se agota, mi fuerza declina, mis ojos se cierran
y todo queda en silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario