"Una Muestra de Amor"
Carlos no dejaba de mirar a través de la ventana. Aún tenía
la esperanza de conseguir el dinero suficiente para comprar aquellas zapatillas
que tanto le gustaban. Aunque el trabajo de cargar sacos de papas no le rendía
lo suficiente, estaba decidido a esforzarse más para conseguir lo que tanto
deseaba.
Dentro de la tienda, Carlos miraba con nostalgia a los niños
que sonreían felices al lado de sus padres. Ellos lo recibían todo; sus papás
les compraban lo que querían. Carlos no tenía a sus padres; los perdió en un
accidente a los seis años y, desde entonces, vivía con su tío Efraín. Él era un
hombre bueno, algo renegón, pero quería mucho a Carlos. Trabajaba como
verdulero, pero el negocio no iba bien, y por eso Carlos tenía que trabajar
para ayudar a su tío con la comida. Deseoso de tener esas zapatillas, empezó a
ahorrar cada céntimo que ganaba de los sacos extra que cargaba en el mercado.
Por las noches le era difícil dormir. Las pesadillas le
hacían recordar la tarde en que sus padres murieron, cuando un camión se cruzó
y embistió el carro donde ellos viajaban. Todo pasó tan rápido... Carlos apenas
pudo salir del vehículo casi destrozado. La imagen de sus padres sin vida lo
despertaba bruscamente de esa pesadilla.
Pasaron aproximadamente dos meses y Carlos ya había juntado
el dinero para comprar las zapatillas: 175 soles con 30 céntimos. Repetía la
cifra una y otra vez para no olvidarla. Estaba feliz. De camino a casa, vio
salir de ella a un señor vestido de blanco con un maletín negro en la mano; por
la expresión de su rostro, Carlos sintió que algo malo estaba pasando.
—¡Señor, señor! ¿Qué sucede?
—Ah, hola, Carlos. Escúchame, tengo que hablar contigo – se agacho
a la altura de Carlos y con voz pausada dijo - Tu tío Efraín está muy enfermo.
—¿Enfermo, dice? Pero si él solo tiene tos y está tomando
unas pastillas para que se le pase.
—Carlos, tu tío ha estado ocultando su enfermedad y ahora se
le ha complicado. Él necesita unos medicamentos para mejorar; de lo contrario,
no va a resistir más. ¿Me entiendes, ¿verdad? Le he dicho que los compre, pero
al entregarle la receta no ha querido aceptarla.
—Señor, ¿cuánto cuestan esas medicinas?
—Están caras, por lo menos serán 170 soles. Pero si toma esa
medicina, va a estar mejor. Convéncele de que las compre.
170 soles. Carlos se quedó pensando. Miró hacia atrás y, a
lo lejos, vio la tienda donde estaban las zapatillas que tanto deseaba. Regresó
la mirada a la puerta de su casa y las imágenes del accidente de sus padres le
vinieron a la mente. Sollozó, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Señor, lo único que tengo en este mundo es a mi tío. Él es
mi única familia y no quiero perderlo. Por favor, acompáñeme a buscar las
medicinas. Yo las voy a comprar.
—Tienes un buen corazón, hijo. Vamos, te acompaño.
Carlos regresó a su casa con los medicamentos y encontró a
su tío echado en la cama, sudoroso y tosiendo fuertemente.
—Hola, tío. He traído tus medicinas.
—Carlos, acércate. Hijo, ¿por qué has gastado tu dinero en
mí? No vale la pena.
—¿Por qué dices eso, tío? Tú eres la única familia que tengo
y no quiero perderte.
—¿Sabes? Cuando tus padres se fueron, empecé a verte como el
hijo que nunca tuve. Decidí convertirte en un hombre de bien, darte todo lo que
necesitaras, pero el dinero no me alcanza. Hijo, lo siento de verdad. El dinero
que has utilizado son tus ahorros, los que con tu esfuerzo has conseguido. No
es justo que hagas esto por mí.
—Tío, sé que también harías lo mismo por mí. Por favor, no
importa. Eres lo más importante ahora, el resto puede esperar. Ya no estés
triste, vas a estar bien.
—Carlos, sin duda tienes un gran corazón. Vas a ser un gran
hombre en la vida. Gracias, hijo.
—Tómate tus medicinas y descansa, tío.
Carlos acarició el cabello de su tío, secó el sudor de su
rostro, acomodó la almohada y, echándose a su lado, se quedó dormido.
Al día siguiente despertó apresurado. Efraín no estaba en la
cama. Lo buscó por toda la casa, pero no había señales de él. Preocupado, se
sentó en la mesa. Frente a él había un paquete envuelto en papel de periódico
con una tarjeta que llevaba su nombre. A la espalda, un mensaje decía: “Para mi
querido sobrino, que dejó de lado lo que quería para regalarme la oportunidad
de seguir viviendo. Este presente lo conseguí ahorrando para ti. No quería
comprarme las medicinas porque lo único que quería era tu felicidad”.
Carlos desenvolvió el papel y dentro estaban las zapatillas
que él deseaba. Sonrió, sus ojos brillaron de emoción y empezó a llorar, aún
sin salir de su asombro. En ese instante, escuchó el sonido de la puerta que se
abría: era su tío Efraín, entrando a la casa con el desayuno en la mano.
Carlos, al verlo, se lanzó hacia él, abrazándolo fuertemente y mojando su
camisa con su cara empapada en llanto.
—¡Gracias, tío, te quiero mucho!
—No, Carlitos. Gracias a ti, por tener un gran corazón.
FIN…
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