Tierno momento, es el blog donde plasmo mi imaginación, las fantasías, lo irreal, lo romántico, el AMOR, los nostálgico, la aventura, el suspenso, el reclamo, el enojo. Cuando escribo me inspiro en las experiencias cotidianas, en la reacción de la gente, en una sonrisa, en la naturaleza, o simplemente en dos palabras que puedas decirme.

jueves, 28 de agosto de 2025

​”Tus manos crecerán”

​”Tus manos crecerán”

—¿Sabes por qué mis manos son más grandes y las tuyas más pequeñas? —le pregunté, mirándole a los ojos, esos que se convierten en dos luceros cuando su inocencia y curiosidad le hacen preguntar.

​—¿Por qué, papá? —inquirió.

​—Porque con mis manos puedo envolver las tuyas y así protegerlas.

​Sin dejar de sostener sus frágiles manos, me regaló una sonrisa. Luego frunció el ceño, como quien quisiera saber más.

​—¿Y cuando crezca? Mis manos también lo harán. Entonces, ¿cómo podrás cubrirlas si ya serán igual que las tuyas?

​Su pregunta me hizo entender que el tiempo es efímero y que pronto dejará de ser mi pequeño. Se me hizo un nudo en la garganta. Sus luceros me iluminaban el rostro, esperando una respuesta. En ese instante, sentí el corazón detenerse, aceptando una realidad venidera e inevitable: “él crecerá”

​Y con mis ojos inundados de ternura, le respondí con todos los sentidos de ser padre:

​—Cuando eso pase, hijo, usaré mis brazos para poder cubrirte en mis abrazos y así seguir protegiéndote.

“Buscando tu mirada”

 


“Buscando tu mirada”

 

El desayuno comienza otra vez con una atmósfera helada, por más que la taza de café esté humeante. Ese calor no es suficiente para que, esta vez, llegues a mirarme.

 

Te alcanzo el azúcar, con la intención de endulzar tu corazón. Hoy, también lo tienes endurecido.

Rozo tu mano esperando que sostengas las mías, pero las apartas abruptamente para coger la mantequilla.

 

No hago más que agachar la mirada.

Después, me levanto de la mesa, esperando que tus ojos busquen los míos.

 

—Ya me tengo que ir —te digo, con una esperanza más de encontrar tu mirada.

 

Respondes con las mismas palabras que ayer, las cuales se han vuelto un eco doloroso en mi cabeza.

—Que te vaya bien... Hoy tampoco estaré en casa.

 

miércoles, 27 de agosto de 2025

36

“36”

​El pánico se apoderó de mí, un frío helado subiendo desde los pies. El ascensor se detuvo en el piso 36. Otra vez ese número. Mi pulso se aceleró. Lo vi en la playa, pintado en un bote. Lo vi en la oficina, en la pantalla de mi jefe. Incluso en los memes de Facebook. Pero cuando lo vi en la puerta de la casa de mi hermana Sandra, justo antes de irme, un escalofrío me recorrió la espalda. Ahora, aquí intermitente en el panel del ascensor.

​Saqué el celular con manos temblorosas y la llamé.

​—¿Aló, Sandra…? Estoy atrapa… ¿Qué dices? ¿Cómo qué número equivocado? Sandra, no juegues… soy yo. ¡Aló! ¡Aló!

​Me colgó. ¿Qué demonios está pasando?

​El sudor empezó a empapar mi camisa, mis piernas temblaban como si fueran de gelatina. Con todas mis fuerzas, empujé la puerta del ascensor. Logré abrirla, y lo que vi me paralizó: la oficina estaba vacía, inmersa en un silencio tan espeso. Un frío de un peso opresivo, llenaba el aire. Todo se sentía distinto, casi irreconocible.

​Bajé por la escalera de emergencia. En cada piso, un logo desconocido brillaba en la oscuridad: un pez estilizado y las palabras "Industrias Pesqueras". Pero... ¿qué? Este es un edificio de Marketing Digital.

​Llegué a la planta baja y empujé las pesadas puertas de metal. El exterior, por alguna razón, me aterrorizaba. Al cruzar el umbral, una luz cegadora me golpeó. A lo lejos, un enorme cartel digital iluminaba la calle con una cuenta regresiva. Los números parpadeaban y se detenían en la cifra final: 36 segundos.

​"BIENVENIDOS AL MILENIO", leí en letras rojas. "Solo faltan 36 segundos para el año 2000.”


lunes, 25 de agosto de 2025

“Justicia para Amarís”

“Justicia para Amarís”

​—Bien, por fin despiertas.
—Ahhh, ¿qué está pasando? ¡Por los mil demonios! ¡Ay, mi cabeza!
—Vamos, Franklin, pensé que eras más resistente. Ese golpe solo te desmayó, no creo que necesites pasar por el quirófano. Eres un hombre grande, tuve que usar dos sogas para poder atarte.
—Pero... ¿qué está pasando? ¿Tú?... Espera, ya te recuerdo. Llegaste a mi tienda buscando trabajo y te dije que no necesitábamos más estibadores.
—Ay, Franklin, Franklin. Vamos, ¿parezco un tipo que necesita cargar costales a cambio de dinero? Quería conocerte, escuché mucho de ti. "El Señor", el gran hombre generoso del pueblo, defensor de los más desprotegidos... la gente de acá te adora. Mira, y se nota, ¡vaya que gran mural de fotos que tenemos aquí! ¿Este es el alcalde? No lo puedo creer. ¿El comisario? Mmm, mira, a este sí lo conozco, prepara un buen pie de manzana. Fue lo que desayuné esta mañana antes de venir para acá. Definitivamente estás en otro nivel.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero? Desátame, déjame ir y puedes llevarte lo que quieras de mi tienda. Allí está la caja fuerte, la combinación es: uno, die-
—Diez, veintitrés, y 1954. Ya, Franklin, claro que lo sé, pero ya te dije, ¿parezco un tipo que necesita dinero? En esa caja fuerte hay algo más valioso para ti... Oh, mira, justo lo tengo en mis manos.
—¿Có-co-mo? ¿Cómo supiste?
—Te refieres a la plataforma secreta detrás del dinero. Un hombre como tú, tan precavido, ¿dónde más podría dejar esto? Te conozco, Franklin, te he investigado por años. Tus viajes a otras ciudades, haciéndote pasar por otra persona, ganándote la confianza de la gente, entrando a sus casas, involucrándote con las familias, ¿un solo objetivo, verdad? Lastimaste a muchos, dejaste un gran vacío en las vidas de esas familias. Algunas no pudieron continuar y, sin poder encontrar justicia, se dejaron llevar por la soledad y terminaron por suicidarse...
—¿Q-qué te pasa, acaso estás llorando?
—Sniff, sniff. Uf... Vi las fotos, Franklin, las vi todas, y la encontré, encontré la de ella. Solo tenía 12 años, Franklin, ¡12 años! ¿Cómo pudiste? También están allí tus amigos, esos que tienes en tu mural.
—No sé de qué estás hablando, te equivocas de sujeto, ¿y no sé por qué me sigues llamando Franklin? Mi nombre es César.
—Sé tu nombre real, te presentaste como Franklin ante mi familia. Mi hermano te aceptó, mi cuñada confió en ti. El gran cazador de talentos, "la llevaremos a la fama, ella tiene potencial", dijiste. Era mi sobrina Amarís, era nuestra luz, la alegría de la casa. Tú y tus poderosos amigos apagaron su brillo. Durante un año la estuvimos buscando, teníamos la esperanza de encontrarla viva, su madre no soportó la noticia y al día siguiente se quitó la vida. Mi hermano intentó mantenerse estable, pero después de despedirse de las dos, él también se fue. Fue muy triste perderlos. Delante de sus tumbas juré hacerles justicia y encontrarte como sea. Al investigarte descubrí casos similares, más niñas desaparecidas, el mismo modus operandi. Viajé a todas esas ciudades donde llegabas con tus sucios amigos. Y en tu última visita cometiste un gran error: en el hotel donde te quedaste dejaste olvidada tu tarjeta, seguro se te cayó: "Multiservicios César". Y aquí estamos.
—Ja, ja, ja. Muchacho estúpido, no sabes con quién te estás metiendo. Tengo al alcalde en mis manos, la policía no podrá encontrar nada porque ellos mismos lo ocultarán. Debiste llevarte el dinero y desaparecer, porque haré de tu vida un infierno, y quién sabe, tal vez te haga lo mismo que le hice a tu sobrina.
—¡Era solo una niña! ¡Maldito infeliz!... Esperaba este momento, cuando te encontrase, me imaginaba destrozarte la cara, investigué miles de torturas para hacerte... Uf, pero juré buscar justicia y no venganza.
—Tú, tu familia y tu indecisión moral se pueden ir a la mier-
¡Pum!
—Sin lisuras, Franklin. ¡diablos!, quisiera golpearte más.
—Esto no me va a detener, saldré libre de esta, soy poderoso.
—Sé de tus contactos e influencias, los investigué. Tienes a las autoridades en esta pequeña caja donde guardas las fotos. ¿Te temen, verdad? Ellos te protegen... pero lo que no sabes es que...
Oh, vaya, ¿escuchas eso? Es el sonido de las sirenas de la policía acercándose.
—Ja, ja, ja, qué ingenuo.
—No, Franklin, no es tu policía. Esta conversación que estamos teniendo está siendo transmitida en vivo, ¿ves este punto rojo en mi pecho? Es una minicámara que llega a la estación policial del condado de Machas, ellos también te buscan. Mientras hablábamos ya tenían lista la orden de jurisdicción para este pueblo. Y no solo eso, envié las fotos y tus anotaciones del dinero que recibías del alcalde y dell comisario por guardar tu silencio. Otras unidades están yendo a arrestarlos.
—¡Maldito! ¡estúpido muchacho!, te mataré, te mataré!
—Estaré afuera y te observaré cómo vas directo a la cárcel. Por fin habrá justicia para mi sobrina, para todas las niñas y familias que destruiste.

Fin.

viernes, 22 de agosto de 2025

“Nunca me sueltes”

“Nunca me sueltes”

No sé qué más hacer. Dime. ¿Acaso lo que entrego no es suficiente? ¿Cómo hago para adentrarme más en tu corazón? ¿Cómo puedo leer lo que sientes y entender las señales de tu cuerpo?.

Tengo miedo de pronunciar palabra alguna que, al hacerlo, llega como un tormento a tus sentidos. Y lo conviertes en tu defensa, contraatacando con tu irá, con palabras que duelen. ¿Por qué?.

De mi boca, en el pasado enunciaron frases equivocadas que dejaron marcas en tu piel. Tardé en entender lo oscuro de esas palabras. Aprendí a dispararlas. ¿Parece que lo sigo haciendo?.

¿Cuántos años llevamos construyendo nuestro amor? son más de 15, cariño.
¿O es que, acaso pasó a la etapa de la monotonía? 
Pero… si caminamos de la mano; reímos al viento, burlandonos del tiempo.

¿Qué es lo que pasa entonces?...

¿Soy yo? ¿Mi pasividad te abruma? Sentirme seguro de ti, ¿pone en duda mi amor? ¿Acaso confiar no es amar?.

Mírame, pero… Mírame directamente a los ojos. ¡Te amo!. Y no quiero que lo avanzado se estanque. Viajemos juntos para encontrar las respuestas. Vayamos de la mano. Pero por favor… nunca me sueltes.

“El destino tenía tu nombre”

“El destino tenía tu nombre”

Frente a él estaba esa puerta, una que, con el paso de los años, no se había atrevido a mirar de frente. Su respiración se entrecortaba y el corazón le latía con fuerza, impulsado por una mezcla de emoción y anticipación. hoy, ya no son esos días de temor al rechazo, ni las indecisiones que lo perseguían desde niño.
 
Detrás de esa puerta estaba Melina, a quien había conocido cuando apenas tenía diez años. Desde ese día, descubrió que los ángeles existían, que esos seres hermosos que solo habitaban en los libros podían materializarse. Ella era la prueba.

 *****
La suerte quiso que coincidieran en la escuela, en el mismo salón, a solo dos carpetas de distancia. Para él, esa cercanía era suficiente, aunque ni siquiera se atrevía a saludarla. La hora de la salida era un torbellino de incertidumbre, un caos mental donde las dudas lo asaltaban: "¿Debería acercarme? ¿Pedirle que me deje acompañarla? ¿Acelerar el paso para alcanzarla?".
A unos centímetros de lograrlo, se acomodó el cabello, alisó su camisa dentro del pantalón e infló el pecho, preparándose para soltar un simple "Hola". Pero el temor lo invadió, paralizándolo por completo. Incapaz de seguir, dio media vuelta y tomó el camino opuesto. "Quizás mañana".

Melina sintió su presencia. Ya lo había notado antes, no en vano eran vecinos y sus casas se encontraban una frente a la otra. Se giró y lo vio alejarse. Suspiró, esperando que en algún momento él volteara para que sus miradas pudieran encontrarse.

*****
 
Desde la ventana, una lágrima solitaria recorrió su mejilla. Sus labios temblaban y sus brazos, cruzados sobre el pecho, la abrazaban con desesperación. La tristeza inundaba su rostro. "¿Por qué estará así?", se preguntó él, observándola desde la distancia.
 
Una necesidad inevitable lo invadió: quería correr a abrazarla, secar sus lágrimas, convertirse en su protector, susurrarle las palabras más hermosas que pudiera imaginar con tal de verla sonreír. "Debería bajar y tocar a su puerta", pensó. Pero, una vez más, el temor lo paralizó. Retrocedió, alejándose de la ventana, y apagó la luz de su habitación.
 
Melina, secándose las lágrimas, recuperó el aliento y observó la silueta de su vecino. Levantó la mano en un gesto de saludo y esbozó una sonrisa a pesar del dolor. Pero él ya se había marchado.

*****
 
El último año de primaria le sentaba bien. A sus doce años, se notaba en su andar seguro y en su nuevo peinado al estilo "eros". Había cambiado la camisa del colegio por una camiseta de Nirvana (aunque sabía que debía ponerse la camisa antes de entrar a clase), ampliado su círculo de amigos y ganó popularidad en el colegio.
 
Melina también había cambiado. Su estatura había aumentado, había teñido su cabello de azul, su color favorito, y había cambiado la mochila de Hello Kitty por una de Demi Lovato y llevaba puesta unas gafas de sol. Al igual que él, debía guardarlas antes de entrar al colegio.
 
En la entrada del colegio, siempre coincidían a la misma hora. Sus miradas se cruzaban. Ella le sonreía y lo saludaba con la mano. Él intentaba sostener su mirada, pero algo que no había podido superar en esos dos años era el temor al rechazo, el nerviosismo que lo invadía al verla. Bajaba la mirada y entraba corriendo al colegio.

*****
 
El recreo era el caos de siempre: gritos, golpes y caídas. Aviones de papel volaban por todas partes, lanzados por los alumnos más pequeños. Uno de esos aviones aterrizó a los pies de Melina. Al levantar la vista, la escena lo golpeó como un puñetazo en el estómago. Un chico de otra sección conversaba con ella, y ambos reían cómplices. Un sentimiento desconocido surgió en su interior. Su rostro enrojeció, sus ojos se desorbitaron y sus puños se cerraron con fuerza. "¿Qué me pasa?", pensó. "Me duele". Por primera vez, mantuvo la mirada fija en ella hasta que la irritación de sus ojos provocó una lágrima que lo obligó a bajar la vista.
 
Melina no había dejado de observarlo de reojo desde que se sentó en las gradas. "¿Por qué no se da cuenta de que lo estoy mirando? Tal vez si converso con otro chico reaccionará", pensó.
 
—Será mejor que no nos encontremos para la salida, Rodrigo —dijo de repente. El muchacho, sorprendido por el cambio de actitud de Melina, se quedó sin palabras. En ese instante, sonó el timbre que anunciaba el final del recreo.
 
Al entrar al aula, Melina se encontró con él. Ambos ingresaron juntos y, de pronto, sintieron un empujón y el roce accidental de sus manos. Era la primera vez que tenían contacto físico. Una estremecedora sensación los recorrió a ambos, como una confirmación silenciosa de lo que sentían. Se detuvieron. Melina lo miró a los ojos.
 
—Hola, Sebastián —dijo con una voz tan dulce que estremeció aún más a Sebastián, quien, entre el nerviosismo y la emoción, logró responder:
 
—Ho-la, Me-lina.
 
Ella sonrió.

*****
 
Los años pasaron, siendo testigos del crecimiento de ambos. Sebastián, ya con 17 años, terminó la secundaria con honores, mientras que Melina consiguió una beca para la universidad. Todo el colegio celebraba, era un día especial. Sin embargo, el corazón de Sebastián se sentía incompleto. Gran parte de su niñez había vivido bajo la sombra del temor al rechazo, y esa sensación tenía que terminar. Sintió que había llegado el momento de actuar, que no podía seguir postergando lo inevitable. Se acercó a Melina con pasos firmes, llevando su corazón en la mano, dispuesto a entregárselo. Ella sonreía, tan angelical como la primera vez que la vio. El viento jugaba con su cabello, creando ondas que recordaban al mar. Frente a ella, temblando y con la voz entrecortada, le preguntó:

—¿Será, que puedo ir a tu casa esta tarde?

Ella, sin dejar de sonreír y con la dulzura en su voz que le entregaba la sensación de paz respondió:

—Estaré esperándote.
 
Y ahora, frente a esa puerta, se encontraba Sebastián, decidido a dejar atrás todos sus temores. Las dudas se disiparon y la seguridad se apoderó de su cuerpo. Alzó la mano y tocó el timbre. Del otro lado, Melina se sentía nerviosa. Era la primera vez que Sebastián llamaba a su puerta. Se acomodó el cabello y revisó su rostro en el espejo de su sala, asegurándose de que su maquillaje no le jugara una mala pasada. Se acercó al pestillo y abrió la puerta.
 
Allí estaba Sebastián, con la mirada fija en ella y una rosa roja en la mano.
 
—Melina —comenzó, con el corazón latiéndole con fuerza—. Hace mucho tiempo que deseo decirte algo... Me gustas, y no puedo dejar de pensar en ti. He guardado todos estos sentimientos por temor al rechazo, pero hoy no quiero callarlos más. Estoy aquí, dispuesto a entregarte todo lo que soy.
 
El corazón de Melina se aceleró, su piel se erizó y sus piernas temblaron ante la sinceridad de las palabras de Sebastián. Ella había esperado ese momento durante tanto tiempo. Hoy, su sueño se hacía realidad.
 
—Te tomó mucho tiempo decírmelo —dijo, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
 
Lo tomó de la mano, se acercó a él, se estiró para alcanzar su altura y lo besó.

Fin.

jueves, 21 de agosto de 2025

"Solo quería que me amara"

"Solo quería que amara"

Sumergido en la oscuridad de sus pensamientos, recorre las calles en busca de algún alivio, algo que pueda detenerlo. Se arroja desconsolado ante la puerta de la iglesia. Golpea la puerta con fuerza, intentando abrirla; todavía queda algo de humanidad en su interior y tal vez lo espiritual pueda encaminarlo. Golpea de nuevo, y la puerta se abre. Sus manos ensangrentadas dejan marcas en cada banca, mientras su paso se vuelve pesado. Se arrodilla frente a la cruz.

​El ambiente iluminado golpea su rostro. Ya sin fuerzas, balbucea palabras:
"Lo siento, no pertenezco a tu mundo. He intentado no caer, he tratado de luchar, pero ya no puedo más. Ella no quería callarse, le dije que hiciera silencio. Yo solo quería que me amara".

​El peso de sus brazos cae al suelo junto con sus lágrimas. En un acto desesperado, saca de su chaqueta el objeto que ocasiona su desgracia y se lo incrusta en el pecho. Aún con su último aliento, repite en un eco:
"Solo quería que me amara".

lunes, 18 de agosto de 2025

Meteoro


 

“Meteoro”

A los 7 años descubrí el mundo en el que vivía, no de una forma alegre, si no de una, que al recordarla me llena de una pena profunda y me persigue desde entonces.

Conocí a mis padres y a mis dos hermanos a esa edad, yo era el del medio.

Tenía un Pollito de mascota, que por una mala fortuna fue devorado por un gato callejero que se metió por la ventana rota de la cocina.

Grité fuerte para asustar al gato, golpeé con todas mis fuerzas la puerta, pero al malévolo no le importó, él quería a mi pollito. A través de la ranura vi como corría mi pequeño amigo aleteando sus diminutas alas y llorando del susto, eso es lo que interprete al escuchar sus “píos, píos temerosos”. Un silencio abrupto invadió la cocina, Él gato lo había capturado, sujetándolo del cuello y arrastrándolo a un rincón oscuro. Solo podía ver la cola del felino moviéndolo de un lado para otro y escuché en el más cruel de los silencios, el crujir de los huesitos de mi pequeño pollito.

No pude salvarlo, ya que la puerta estaba trancada con un cerrojo qué no llegaba a alcanzar. En mi desesperación mi mente se nublo por completo, no pensé siquiera en buscar alguna silla para poder llegar a abrirla. Entre los golpes desesperados y mi corazón en hilo, ya sin fuerzas para gritar, susurré su nombre: “Meteoro”. Lo siento amigo… lo siento. 

Me dolió tanto perderlo, lloré todo el día. Esa tarde la puerta estaba cerrada, mi mamá me dejó solo en casa y mis hermanos salieron con mi papá para su cita médica. 

Cuando mis padres regresaron a casa, la escena en la cocina era un desorden total, las gotas de sangre en el piso mostraban la crueldad del animal, algunas plumas amarillas quedaron flotando en el aire. El gato había escapado con el resto del cuerpo. No conseguí consuelo por más intentos amorosos de mis padres. 

Al día siguiente mi madre, con la intención de encontrar alivio a mi pesar, llegó del mercado con un nuevo pollito… 

—Edward, mira, te traje una nueva mascota.  Al ver la sonrisa de mi mamá buscando en mi mirada alguna muestra de alegría. Grite desconsolado.

—¡Nadie podrá reemplazar a “Meteoro"! y me encerré en mi cuarto para seguir llorando.

 

domingo, 17 de agosto de 2025

"El café del recuerdo" A MI MADRE

"El Café del Recuerdo"

Sonó el despertador. Eran las 6:30 de la mañana. Me levanté y realicé la rutina de todos los días antes de ir al trabajo. Preparé mi café, bien cargado para mantenerme despierto. Justo al echarlo en el agua, me abordó un recuerdo de mi madre, de todas las veces que me decía: «El café te hace daño… te echas mucho, tienes que aprender a controlarte». Fue entonces, al sentir el aroma intenso del café. Recordé: 

Tenía 22 años. Un acelerado en la vida. Cada fin de semana era pura diversión: los amigos, un mundo lleno de luces, de música, de desenfreno. Me sentía el más importante de todos. Desde que empecé a ganar dinero en mi primer trabajo, mis actitudes cambiaron.
Recuerdo una noche. Llegué a casa a las tres de la mañana, tropezando con mis propios pies. Ella me esperaba en el sofá, con una taza de manzanilla entre las manos, ya fría. 
—Hijo, ¿dónde estabas?, —preguntó con una voz que era apenas un susurro.
—¡Donde se me da la gana! ¡Ya deja de esperarme, no soy un niño! —le grité— lanzando mis llaves sobre la mesa con un ruido metálico que estremeció el ambiente. No me detuve a ver la herida que mis palabras abrieron en su rostro. Solo seguí de largo hacia mi cuarto, dejándola sola en la penumbra de la sala. 

Ella siempre me aconsejaba y me hablaba con mucha ternura, yo no le hacía caso. Me metí en muchos problemas: escándalos en la calle, autos dañados, borracheras, policías. Era un desastre.
¿Se preguntarán quién era la única persona que salía a defenderme? ¿Quién tenía que arreglar las cosas con la policía para que me dejaran ir? Quién más podía ser: mi madre. Ella hacía todo lo posible para sacarme de ese mundo tan trivial, para convencerme de que lo que estaba haciendo era incorrecto. Desde que mi padre falleció de un infarto al corazón cuando yo tenía 15 años, ella nunca bajó los brazos; siempre estuvo a mi lado.

Hoy, a mis 30 años, sueño con ella todas las noches. Veo su rostro mirándome tiernamente, acaricia mis cabellos, me da un beso en la frente y, con su voz tan dulce, me dice: «Te amo». Me abriga en sus brazos y vuelvo a ser su pequeño hijo de 10 años. A mi lado, mi padre sonríe. Los tres corremos por el campo con mucho embeleso, felices junto a la naturaleza. Las hojas amarillas de los árboles, con el soplo del viento, caían sobre nosotros al compás de la canción “Cotton Fields” que bailábamos.
Ellos me sostienen en sus brazos; me siento seguro. Es mi refugio, allí nada ni nadie puede lastimarme. Mi padre sonríe, pero su sonrisa se desvanece lentamente. El campo vibrante se disuelve y es reemplazado por un ambiente oscuro y frío. Escucho palpitar tan lento el corazón de mi padre. Lo veo echado en una cama de hospital, rodeado de esas máquinas y cosas raras que suelen acompañar a un paciente en agonía. A su lado, mi madre llora mientras le toma la mano. Los latidos son cada vez más lentos, hasta que dejan de escucharse.

Empieza a llover. Me veo en la carretera, en el auto que conduzco actualmente. A mi lado está mi madre, con esa dulce mirada, hablándome con ternura y acariciando mi cabello. Pero yo la estoy rechazando, le estoy gritando, pidiéndole que deje de tratarme como a un niño. «¡Ya tengo 22 años y puedo solucionar mis problemas solo, mamá, deja de molestarme!». Me tragué mis palabras. Se me hizo un nudo en la garganta cuando la vi derramar sus lágrimas. Agaché la mirada, quería decirle que lo sentía, que la amaba y que agradecía todo lo que hacía por mí, pero el impacto y la fuerza descomunal del auto que cruzaba la avenida me dejaron en silencio. Todo se detuvo. Y entonces… todo se nubló. No hubo dolor, solo una extraña calma.

Me encontré de pie en la carretera. Allí estaba ella, frente a mí, intacta, con su mirada sublime clavada en mis ojos. El auto estaba destrozado por el lado donde ella viajaba y, dentro, su cuerpo yacía ensangrentado. No entendía lo que pasaba. Si mi mamá está en el auto, ¿quién es la persona que está frente a mí? La miré, intrigado. Se acercó y no sentí miedo; al contrario, su cercanía me inspiraba mucha tranquilidad. Acarició mi cabello y besó mi frente. En ese momento entendí… era su espíritu el que estaba presente.

—Mamá… —mi voz se quebró. No era una pregunta, era una súplica—. Yo… lo siento. Por favor, perdóname. No te vayas.
Ella sonrió, una sonrisa triste pero llena de paz. No necesitaba mis torpes palabras.
—Shhh, mi niño. Ya está. Tu silencio en el auto... lo escuché todo. Lo entendí, Tu corazón me lo dijo todo.
La miré, sin entender.
—Es el mismo corazón de tu padre —continuó, y su mirada se perdió un instante— Fuerte, alegre y bueno. Te perdono hijo. Sé que harás lo correcto. Tu padre me espera.
—Pero no me dejes —repetí, aferrándome a su imagen como un niño cubierto de miedo.
—Jamás lo hare. Estaré aquí —dijo tocando suavemente mi pecho—, cada vez que prepares tu café.
Su imagen comenzó a desvanecerse, a fundirse con la llovizna.
—Adiós, mi niño, Solo no olvides… «el café te hace daño… contrólate…»

Entre lágrimas, pude evocar una sonrisa y vi cómo se alejaba hacia el horizonte, mientras el eco de su voz flotaba con las palabras que me decía: «Despierta, mi niño…, despierta ya».

Me encuentro en casa, bajo el manto frio de la soledad. Mis manos sostienen la taza humeante del café cargado. Hoy no lo voy a tomar. Me siento en el sofá de la sala, contemplando la foto de mi familia cuando éramos felices. Y en el silencio de mi apartamento, por primera vez en mucho tiempo, le hago caso a mamá.


Fin.

Mike Durand 25/12/2009

miércoles, 13 de agosto de 2025

Te Amo

 


"Te amo"

Vuelvo a sonreír, vuelvo a ver la claridad de la vida, vuelvo a sentir mi corazón acelerado. He recuperado aquellos sentimientos de amor que ya daba por perdidos; la soledad era en ese momento mi única compañía.

Llegaste a mi vida sin pensarlo, cuando ya casi estaba perdido, sin dirección y con mi alma vacía. Llegaste cuando más te necesitaba.

No quería aceptar que necesitaba un alma gemela que acompañara el rumbo de mi camino. Tu mano, tu sonrisa y tu paciencia hicieron que mi mundo se convirtiera en lo más maravilloso que he podido sentir.

Te amo... siempre. Estamos juntos construyendo nuestra historia. Eres mi guía, eres la luz que necesito, eres el aliento de mi alma, eres el calor de mi cuerpo, eres el tiempo que marca los segundos de cada instante en el que crece mi amor por ti. Eres todo lo que quiero, eres todo lo que necesito.

Hoy seguimos avanzando, dando un paso más, magnificando nuestro amor, escribiendo en nuestro libro la historia de amor más bonita que hemos podido sentir.