
Canción dedicada a mi HIJO
Este es mi espacio para la imaginación, Tierno momento de Mike Durand, encontraras cuentos cortos, poemas, cacnciones, Escritos cortos.
La última vez que la vi.
La última vez que escuché su voz,
La última vez que toqué su rostro
besando sus labios.
Jamás podré olvidar aquella
sonrisa, aquel susurro sublime que significaba paz y tranquilidad para mi alma.
La última vez que toqué sus manos.
La última vez que pude abrazarla y
sentir su calor, a pesar del frio de mi corazón.
Ella le dio vida, me dio un motivo
para seguir adelante, la esperanza de volver a amar, la luz para entender que
todo es posible cuando alguien te acompaña y cree en tus sueños.
La última vez que vi sus ojos, y aquellas lágrimas que el viento llevaba
consigo.
La última vez que tocó mi pecho
deseándome ser feliz.
La última vez que me perdonó por las
veces que la hice sufrir.
Cómo podría apartarla de mi vida
si era parte de la suya.
Cómo podría vivir sin tenerla
cerca
Cómo podría dejar de amarla, la última
vez, me pidió que dejara de hacerlo.
La última vez… mi pesar fue enorme.
Fue el momento más difícil de mi
vida.
Cómo podría perdonarme, si a causa
mía, ahora ella está lejos.
Cómo retroceder el tiempo y
arreglarlo todo.
Nunca debí pedirle tiempo para
pensarlo.
Mi vida estaría completa si no
fuera, por la última vez…
esa en la que maté el amor que
ella me tenía.
“La Piedra Triangular”
Bruneto era un joven campesino que vivía en la provincia de
Pumachaca, en el departamento de Áncash. Su quehacer diario era pastorear
ovejas. Todas las mañanas desayunaba avena con papas sancochadas, preparaba su
fiambre para el almuerzo y, en compañía de su fiel perro y amigo, Nilton,
emprendía el viaje de todos los días para mantener a sus ovejas bien
alimentadas.
Durante el camino, en medio del cerro, Bruneto encontró una
piedra triangular con la figura de un ojo tallada en ella. La levantó. Le causó
mucha impresión, ya que era poco común ver una piedra de ese tipo. Al tenerla
en sus manos, el ojo empezó a brillar con una luz intermitente de color verde.
Nilton comenzó a ladrar. Olfateó el peligro y, sintiéndose
incómodo, se movía por todos lados trazando un círculo alrededor de su amo.
Movía la cabeza de arriba abajo y no dejaba de ladrar. Bruneto, asombrado con
aquella piedra, le pidió a Nilton que dejara de hacer ruido; necesitaba
concentrarse mientras seguía admirando la piedra y aquella luz extraña que iba
en aumento.
Nilton dejó de ladrar, pero no porque Bruneto se lo hubiera
pedido, sino porque sintió una presencia entre ellos. El silencio lo abrumó y
una ráfaga de viento los empujó hacia las piedras del camino. Justo cuando
estaban a punto de caer al precipicio, fueron elevados al pico más alto de las
montañas. Con mucho cuidado, el viento los depositó en la cima. Asustado,
Bruneto abrazó fuertemente a Nilton y soltó la piedra de sus manos. Los
ladridos de Nilton anunciaban la presencia de alguien más, mientras Bruneto
miraba por todos lados, preguntándose si había alguien más con ellos.
—¡EXTRAÑO! —se escuchó una voz gruesa.
Un aliento nauseabundo pasó por la nuca de Bruneto. La voz
venía de detrás de ellos.
—Hola, extraño. Parece que encontraste algo que me
pertenece. No te preocupes, no te voy a lastimar —siguió hablando en tono
sarcástico—. ¡Ah, claro! Siempre y cuando no hayas recibido los poderes de la
piedra. Si es así, como parece que es, lamentablemente voy a tener que
quitártelos desde adentro…
Nilton empezó a ladrar nuevamente. Bruneto miró a los
costados y, en segundos, fue sujetado por dos brazos extraños; solo podía notar
que tenían escamas como los peces y eran fríos y gruesos. Mientras Nilton no
dejaba de ladrar, fue levantado en el aire, formándose a su alrededor una
extraña aura de color verde. La voz gruesa le pidió a Bruneto que volteara a
verlo. Él, asustado, se quedó quieto, pero los brazos que lo sujetaban hicieron
girar su cuerpo.
Bruneto solo pudo distinguir una mano con dedos puntiagudos
que se acercaba rápidamente, envuelta en una luz resplandeciente de color verde
que finalmente cegó su vista. A lo lejos, apenas escuchaba los ladridos de su
fiel amigo. Con el destello, el lugar quedó en silencio.
Después de unos minutos, una neblina tapó el pico de la
montaña. Bruneto, con dificultad, pudo abrir los ojos, pero veía borroso. No
podía levantarse. Se sobó los párpados para distinguir bien las figuras que
veía. Frente a él, tirado en el piso, yacía un extraño ser de color gris con
los ojos totalmente abiertos y los cabellos largos y blancos. Vestía una túnica
amarilla, parecida a la de un religioso. Tenía uno de sus brazos estirado, con
la mano abierta y los dedos puntiagudos. Detrás de Bruneto estaba el otro ser,
el de los brazos gruesos y con escamas.
No entendía qué pasaba ni qué o quién había evitado que le
quitaran los poderes que la piedra le había dado, aunque él no sentía nada
especial ni ningún cambio en su cuerpo. De entre la neblina apareció Nilton con
un salto magistral, aterrizando firmemente en el piso. La fuerza de sus patas
deslizó la arena, provocando una capa de polvo sobre Bruneto. Con un ladrido,
se echó a sus brazos.
—No sé qué ha pasado aquí, Nilton, pero sea lo que sea,
estoy muy agradecido de estar vivo. Alejémonos y vayamos a buscar a nuestras
ovejas —dijo Bruneto.
Al dar unos pasos, Nilton vio la piedra triangular tirada en
el suelo. Esperó a que Bruneto se alejara un poco más y, de sus ojos, lanzó un
extraño rayo de color verde que pulverizó la piedra. Al mismo tiempo, los
cuerpos de los seres extraños también se pulverizaron. Nilton había adquirido
los poderes de la Piedra Triangular. Dio un ladrido enérgico y alcanzó a su
fiel amigo.
FIN
Hoy he decidido decirle lo que siento por ella. Esperé, como todos los días, a la misma hora y en el mismo sitio por donde siempre pasaba. Días atrás, ese lugar era mi refugio; el solo mirarla pasar entusiasmaba mi corazón y me llenaba de una felicidad inmensa. Solo faltaba decírselo.
Estaba nervioso y las manos me sudaban. Repetía una y otra vez las palabras que salían de mi corazón. Ya tenía todo preparado, incluso la flor de color amarillo que a ella le encantaba. Mientras esperaba, veía pasar a los demás compañeros de mi escuela: algunos apurados, otros con los rostros exhaustos, seguro por los exámenes tan complicados que habíamos tenido. Pero ella aún no aparecía. Qué extraño. Tuve una sensación rara, un presentimiento. Hoy es un día extraño.
Aun así, era un día especial. Estaba ansioso y decidido a entregarle todo el amor que llevaba conmigo, pero ella no llegaba. No esperé más y fui a buscarla. Tal vez se quedó en el salón terminando alguna tarea —siempre tan responsable con sus materias— o quizá leyendo alguna revista en la esquina del colegio. En ese puesto donde yo también me acercaba a comprar figuritas, solo con la intención de estar a su lado cada vez que ella estaba allí.
Pero de nuevo sentí esa inquietud, como un presagio maligno, un miedo interno que no me dejaba tranquilo. Hoy es un día muy extraño.
Avancé un par de cuadras y, más adelante, una muchedumbre se aglomeraba, observando con curiosidad. La extraña sensación creció dentro de mí y los latidos de mi corazón se aceleraron más de lo normal. Me acerqué y no pude creer lo que veía.
Era ella. Mi amada, echada en el piso, ensangrentada e inmóvil.
Escuché a la gente comentar: “No vio el auto que la embistió a gran velocidad. Todo por comprar esas figuritas... decían que eran un regalo para un amigo especial”.
Quedé anonadado. Mi corazón dejó de latir con fuerza para quedarse helado. La miré y me arrodillé a su lado, llorando. La tomé entre mis brazos, la abracé contra mi pecho y vi que en sus manos aún sostenía aquellas figuritas que ocasionaron mi desgracia.
Ella sabía de mí. Sabía lo que yo sentía.
Esperé demasiado tiempo para decirle cuánto la amaba. Si tan solo me hubiera decidido un día antes, pude haberle salvado la vida.
"El Libro"
La mañana siguiente, cogí el libro que me recomendó,
"El gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald. Lo leí atentamente para
entender el mensaje que transmitía. Jamás creí que sería el instrumento para
decidir mi vida.
Esa noche fui a buscarla. La vi cerca de su ventana
arreglándose el cabello, tan bella, tan sublime, tan tierna. El embeleso me
capturó y no podía mirar a ningún otro lado.
Decidido a decirle lo que siento, subí por las escaleras que
llevaban a su apartamento. Las piernas me temblaban, ensayaba una y otra vez lo
que le iba a decir. Llegué a su puerta, estaba entreabierta. Ingresé despacio;
el ruido de la madera se distorsionaba con los gemidos, casi susurros, que
escuchaba. Un paso que daba, un ruido; un paso más, un gemido. Crucé la sala y
llegué a su habitación…
Jamás debí leer aquel libro. Su mensaje no era lo que
esperaba. Ella, mi ser sublime, mi musa, todo lo que quería en esta vida,
estaba dispuesto a entregarle todo mi amor. Nunca llegué a imaginar que esa
noche ella se lo entregaría todo a otro.