CORONAVIRUS. El Rey malvado.
Había una vez un rey malvado de nombre CORONAVIRUS. Su aspecto era temible, imponente y enorme. En su cabeza llevaba una corona que marcaba sus batallas ganadas, y alrededor de su cuerpo, pequeñas coronas de color morado danzaban orgullosas.
Este rey, con ansias de expandir su poder de destrucción, decidió viajar por el mundo. Saqueó aldeas, quemó casas, privó de libertad a mucha gente y a cada paso dejó enfermedades incurables. Su maldad lo llevó a cerrar el cielo, asfixiando a casi la mitad del mundo, y no satisfecho con esto, comenzó a robar el alma de la gente.
Terminó destruyendo todo el continente europeo. Sediento de más, eligió Sudamérica y un país en particular captó su interés: Perú.
Perú, consciente de lo sucedido en Europa y de la naturaleza de aquel malvado rey, investigó cómo detenerlo. La gente se preparó: cerraron fronteras, protegieron sus hogares, recolectaron oxígeno y crearon un arma a base de agua y alcohol, a la que llamaron “GEL ANTIBACTERIAL”. Con las armas cargadas, las personas vulnerables a buen resguardo y bien organizados, esperaron en la frontera al malvado rey.
El Rey Coronavirus llegó a la frontera de Perú, dispuesto a cruzar a toda costa. Sin embargo, antes de avanzar, algo lo detuvo. sintió el olor del arma, y esto lo llevó a experimentar, por primera vez, Miedo. Pero su orgullo y sus deseos de más poder hicieron que lo ignorara, así que se lanzó a cruzar.
El temor invadió los corazones de los ciudadanos. Muchos niños, ancianos y mujeres permanecían custodiados bajo las casas. Desde ese rincón, el valor se contagió y el silencio se rompió. “¡No pasarás!” gritaron.
Todo el grupo se unió a los demás cerca de la frontera, empuñando sus armas. Inmediatamente, todos los peruanos dispararon contra el rey. Chorros y chorros de antibacterial caían sobre el cuerpo del malvado. Él luchaba, se resistía, intentaba cerrar el cielo enviando las pequeñas coronas moradas de su cuerpo, pero los niños las detenían, disparando a cada una de ellas. Sin más fuerzas, el rey cayó.
Poco a poco, el rey se desintegraba, expulsando de su cuerpo todas las almas robadas. Estas viajaron hacia lo alto, formando un conjunto de luz blanca. Agradecidas, se despidieron, dejando solo el celeste cielo. Y así, el rey desapareció.
Perú logró detenerlo. Todos gritaron a una sola voz: “¡Lo hicimos!” y se unieron en un abrazo fraternal.
Entre lágrimas y alegrías dejaron un mensaje en el aire puro que ahora se podía respirar:
“Un país unido y organizado puede realizar grandes hazañas.”
Fin.
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