“Dedicado a todas las mujeres luchadoras, a quienes enfrentaron la enfermedad con valentía y amor. A las que aún están aquí y a las que partieron, pero cuya presencia sigue viva en quienes las amaron. Porque nunca se van del todo… solo trascienden.”
La habitación parece distinta.
Tal vez el radiante blanco de las paredes, junto con la luz del alba,
iluminaron mis ojos y me despertaron.
Se siente tanta calma.
Definitivamente, Rodrigo hizo esto. Siempre busca la mejor manera de hacerme
sentir bien. Desde que sufrimos la pérdida de nuestro hijo Santiago, que a tan
temprana edad se fue de nuestras vidas, tratamos de mantenernos estables.
Él puede. Yo me derrumbo.
Así que este día inicio la rutina
de siempre… Pero… este ambiente es tan diferente.
Me levanto de la cama sin ningún
esfuerzo. Raro. Siempre he tenido la dificultad de moverme. Me acerco al
espejo, esperando ver mi reflejo habitual, mi desatendido aspecto.
La imagen que devuelve es muy
diferente a la de ayer.
Mi cuerpo está erguido. Las
ojeras oscuras desaparecieron. Mis pómulos lucen rosados, mis labios rojizos,
frescos y carnosos en lugar de resecos. Mis manos, antes ásperas, tiemblan
emocionadas cuando toco mi rostro, suave como terciopelo.
Siento miedo. Me abruma la duda.
—¿Esto es real?
—¡MI VOZ!
Resuena dentro de la habitación.
Se escucha nítida, sin ningún rastro de cansancio, fuerte... como mis brazos,
que dejaron de estar flácidos.
Los examino detenidamente. Busco
las marcas donde solían suministrarme las medicinas. Ya no existen.
Aún con mis manos temblorosas,
toco mi pecho, buscando ese atenuado y débil sonido de mi corazón.
Desorbito los ojos, exaltada.
Hace mucho tiempo que no sentía
el fuerte latir de mi pecho con ese compás armonioso que había olvidado.
Dejaron de temblar mis manos.
Esta imagen sí es real. Soy real.
Puedo sentir el calor de mi
cuerpo, que hasta ayer era un templo de hielo. Veo mi rostro sudando de
nervios.
Miro fijamente al espejo. La
imagen dentro de él me señala la pañoleta en mi cabeza. Aquella con la que
ocultaba mi calvicie.
—Tengo que hacerlo.
— Necesito ver, Tengo que saber.
Llevo mis manos hacia ella y la
retiro con suavidad, temerosa de lo que pueda encontrar.
La dejo caer, arrastrando con
ella mis lágrimas.
Sonrío.
Se abre la puerta de la
habitación.
El espejo me devuelve una imagen
distinta.
No soy yo.
Una calidez familiar me envuelve,
una que creí perdida... pero que reconocí al instante.
Mis labios se entreabren, pero
ningún sonido sale de ellos. El aire se atasca en mi garganta. Mis ojos,
empañados por las lágrimas, no pueden apartarse de la silueta reflejada en el
espejo.
—S-Santiago… —murmuro, apenas
encontrando mi voz.
—¡¡Mamá, llegaste!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario