Susurros de Traición
Tengo las manos llenas de sangre. El cuchillo en el piso refleja el cuerpo inerte de mi esposa; tiene los ojos abiertos y su piel pálida. El vestido púrpura de nuestra cita se torna de colores oscuros, mezclado con su propia sangre. Me recuesto a su lado. Puedo sentir su aliento, aún respira.
Solo puedo escuchar el susurro de su voz. —¿Por qué? —pregunta—. No los lastimes.
La miro tiernamente, como la primera vez que la conocí. No respondo a su pregunta y dirijo mi mirada hacia las fotos de mi familia, salpicadas de color rojo.
—Te amo, esposa mía —le digo, pero ella todavía susurra algo más. —No lo hagas...
Mis manos cubren sus labios carnosos y rojizos y evito escuchar más susurros. Cierro sus ojos, acaricio su rostro aún tibio. Ya no respira.
Tengo a mis hijos y a mi hermano atados en sillas y amordazados.
—No debiste mentirme —les digo—. No debieron mentirme. Hice tanto por ustedes y en mi ausencia, ¿qué descubro? A mi hermano, acostándose con mi esposa.
Recojo el cuchillo ensangrentado y lo incrusto en el corazón del traidor. Su muerte es instantánea.
—Lo sabían, ¿verdad? —les pregunto a mis hijos—. ¿Acaso no fui un buen padre para ustedes? Esto es lo que ganan por ser malos hijos.
Me dirijo a ellos. En sus ojos llenos de lágrimas puedo leer sus miedos, están horrorizados de mí, y crece en mí el arrepentimiento recordando los susurros de mi esposa: «No lo hagas». Cierro los ojos y mi mente se nubla, siento desvanecer, pero al recuperar la coherencia voy directamente al cajón donde escondía el revólver bajo llave.
—Este recuerdo vivirá con ustedes toda la vida.
El sonido del disparo y la bala revientan mi sien. Caigo al lado de mi esposa, donde siempre pertenecí.